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El peligro de creerse experto

Temática:
Seguros, tecnología, ciberseguridad
Sep, 2025 Alfonso Linares

La palabra “empoderamiento” se nos ha ido de las manos. Por lo que yo sé, nació como una consigan de autonomía y capacidad de decisión; hoy muchas veces funciona como un salvoconducto para pronunciar ¿verdades como puños?. La inteligencia artificial ha puesto turbo a esa deriva: textos impecables, imágenes convincentes, tono profesional. Total: más apariencia de autoridad que autoridad. Con IA cualquiera escribe de lujo, se ve como un experto y proclama sus verdades absolutas. El problema no es la herramienta; es la confusión entre sonar bien y saber de qué se habla.

 

No es una tragedia cultural; es una mecánica psicológica, porque si algo suena claro, tendemos a creer que es correcto. Así prospera el experto exprés: postura rotunda, frase viral, fuentes inconsistentes o inexistentes. Y si se le cuestiona, aparece la cláusula mágica: “solo doy mi opinión”. El ecosistema recompensa la rapidez y el eslogan.

“No toda la audiencia distingue opinión de guía, algunas la siguen a rajatabla. Y ahí el creador, lo admita o no, se convierte en vector de riesgo.”

El daño ya no es solo estético. Cuando alguien recomienda prácticas dudosas como, por ejemplo: sube los datos de tus clientes a tal chat porque a mí me funciona, sin tener en cuenta la protección de datos, en ese instante el empoderamiento deja de ser una pose y entra en el terreno de la responsabilidad. No toda la audiencia distingue opinión de guía, algunas la siguen a rajatabla. Y ahí el creador, lo admita o no, se convierte en vector de riesgo. La realidad es híbrida y cabezona: la IA ya reemplaza tareas (recopilar, resumir, detectar patrones, tomar decisiones) y seguirá haciéndolo. Lo que no reemplaza es el deber de tener cuidado y hacerse cargo de las consecuencias o rendir cuentas, cuando ya nadie está aplaudiendo.

 

Pensemos en la metáfora que siempre tenemos en mente: “ahora todos los tontos hacen relojes, aunque sean defectuosos”. Si cada feed está lleno de relojes vistosos que dan bien la hora… durante cinco minutos, ¿qué ocurre con el relojero que dedica su vida a la precisión? Pierde protagonismo no solo por el ruido, sino porque se diluyen los indicadores de calidad.

A corto plazo da igual; a largo, la hora incorrecta se paga y se paga caro: decisiones equivocadas, datos comprometidos, confianza erosionada.

 

Hoy, además, la atención es un bien muy escaso y su precio se paga con tiempo de verificación. Desmontar un error público cuesta mucho más que producirlo, cada contenido que crece en las redes por ser llamativo, impone a otros (profesionales, instituciones, medios) la lenta tarea y poco sexy de verificar, contextualizar o corregir. El empoderamiento mal entendido traslada costes del emisor al entorno: Yo gano visibilidad y tú, limpias los restos.

 

La IA, por su parte, no es un juez, es el amplificador. Puede hacer que brille una idea pobre y puede volver accesible un análisis complejo. Lo peligroso no es la herramienta, sino la conexión entre sus salidas fluidas y nuestros sesgos. Cuando el creador parte de una intuición equivocada, la IA se la devuelve envuelta en seda, cuando parte de un método sólido, lo hace legible y útil. La credibilidad se erosiona así: sustituyendo procesos por performance, matices por eslóganes y archivos por olvido.

 

No se trata de callar a nadie ni de restaurar jerarquías antiguas; se trata de diferenciar la voz, del deber. La voz la tenemos todos; el deber nace cuando lo que decimos puede orientar la acción de otros. La cultura del “yo opino” no está en juicio: lo que está en juego es la confusión entre opinar y asumir el peso de orientar. El creador que amplifica prácticas inseguras participa en las consecuencias, le guste o no.

 

La memoria es la infraestructura silenciosa de la credibilidad: permite mirar hacia atrás y ver consistencia, no solo chispazos. ¿Qué se dijo, cuándo, con qué supuestos? ¿Qué cambió después? En un entorno donde la estética del experto es barata y la verificación es cara, la memoria funciona como una caja negra: no impide el accidente, pero explica por qué pasó y quién llevaba el timón.

 

El empoderamiento seguirá, y está bien que así sea. Resiste el tiempo. Como un buen reloj: discreto, preciso, sin fuegos artificiales. Porque en un entorno donde cualquiera puede fabricar relojes, el desafío no es silenciar a los nuevos artesanos, sino reconocer la diferencia. Porque la credibilidad, a la larga, no es un atributo que se declara: es una línea que se traza cada día, a la vista de todos, con el tiempo como único árbitro paciente. Y el empoderamiento que no aguanta ese reloj termina donde empiezan todas las imposturas: en el boomerang

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